Pensando en voz alta...

    Es indiscutible que en los últimos años hemos avanzado en materia de igualdad y cuestiones de género, aunque la sensación a veces puede ser un poco descorazonadora. Si atendemos a las noticias sin tener en cuenta los datos y estadísticas podría parecer que a veces retrocedemos en lugar de avanzar.

    En este proceso en el que paso a paso vamos trabajando en conseguir una sociedad más igualitaria también van surgiendo fricciones y resistencias que impiden que el progreso no fluya a mejor ritmo. Es llamativo ver cómo conviven en un mismo momento movimientos sociales que trabajan por la inclusión de mujeres en todos los ámbitos mientras surgen otros que pelean por todo lo contrario.

    Al mismo tiempo, es curiosa la dualidad en la que se mueven los jóvenes hoy en día. Son una generación que ya ha nacido con unos derechos incuestionables, que dan por hecho. Hay cosas que ellos no se plantean y ven como algo lejano y casi extraterrestre ideas o comportamientos machistas. Por eso, creo que debemos de ser positivos, pero no todo es tan sencillo. Esas generaciones nacidas en un ambiente más seguro para vivir, expresarse y relacionarse libremente son las mismas que promueven o perpetúan ciertas ideas anacrónicas.

    No es raro encontrarnos navegando por las redes sociales vídeos o publicaciones a modo de “manuales” sobre, por ejemplo, cómo debería comportarse una mujer. Como bien indica Laura Bates en una entrevista al diario Público esa resistencia al cambio, que comentaba algún párrafo más arriba, tiene que ver con “la idea de que algo te pertenece legítimamente y alguien te lo está quitando”. En otras palabras, no es más que el propio sistema protegiéndose y aferrándose al privilegio. La idea (equivocada) de que el feminismo promueve la supremacía de la mujer frente al hombre y que pone a este en una posición de desprotección jurídica, social, económica… frente a la mujer ha calado. Y esto lo vemos en redes sociales ya que estas no son más que el reflejo (a veces exagerado y a veces no tanto) de la propia sociedad. Como decía, el sistema activa sus mecanismos de defensa en forma de violencia en las redes. Según expone Laura Bates estadísticamente esta violencia la ejercen “hombres blancos con educación universitaria de entre 18 y 30 años” ya que, precisamente, es este grupo poblacional el que percibe las políticas de igualdad y el feminismo en general como un atentado contra sus privilegios.

    Podríamos concluir que el avance hacia la igualdad es inevitable y, positivamente, afirmar que se están consiguiendo cambios. En contraposición a la lectura algo negativa que hace Laura Bates no es descabellado pensar que incluso esos movimientos antagonistas a la igualdad no son más que coletazos de un pasado que lucha por permanecer, un “si escuece es que está curando”.

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